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De partos y restauración: cuestión de concienciación

De partos y restauración: cuestión de concienciación

Durante la madrugada del viernes al sábado Ana se ha puesto de parto. Ha tenido un embarazo complicado y a esas horas de la noche ningún servicio sanitario va a arriesgarse a conducir las dos horas que los separan de la capital, para llegar hasta la pequeña aldea donde viven, ni a pagar otro tipo de transporte. Su vecina Juana, que desde siempre le ha echado una mano con el huerto y las cosas de la casa, se ofrece a ayudarla. Es una mujer de 75 años llena de buenas intenciones, pero el último parto al que asistió fue al de su hijo, ahora hace medio siglo. ¿Te imaginas que esta situación sucediera en nuestro país?, ¿qué pensarías de la posición de Juana?

Busquemos otro escenario. ¿Recuerdas lo que hiciste en agosto de 2012? Si has conseguido responder a la pregunta en menos de un minuto es que tienes una memoria prodigiosa. Lo normal, es que no lo sepas, salvo que te llames Cecilia, vivas en Borja (Zaragoza) y precisamente ese mes de agosto y no otro, te diese por acercarte a la iglesia de tu pueblo a darle una “manica” de pintura al eccehomo realizado por Elías García en 1930. Te suena, ¿verdad? Cecilia no fue la primera, pero sí la más mediática. Su desafortunada intervención “abrió la veda”, logró alcanzar fama internacional, saltó de El Heraldo de Aragón a El País, a Le Monde o al Daily Telegraph, se difundió en radio y televisión, no hubo medio que no se hiciese eco… Ella actuó, sin duda, desde la buena voluntad, sin intención, sin imaginarse siquiera la repercusión. Pero para qué negarlo, nos encantan las desgracias y el “fenómeno Cecilia”, respaldado por las redes sociales, donde se extendió como la pólvora, alcanzó tal dimensión que su “creación” se convirtió en un auténtico icono y logró imponerse al original, barriendo del mapa a Don Elías.

Cecilia: guerra y paz en la restauración

Para muchos, Cecilia le hizo un gran favor a su localidad, Borja, situándola en el epicentro de las rutas turísticas aragonesas y convirtiéndola en lugar de peregrinación y, quizá, sea cierto, pero también lo es que flaco favor le hizo al mundo de la restauración. Quienes trabajamos en este ámbito sabemos que no tuvo la culpa, intervino de buena fe, para “arreglar” algo que el tiempo y el abandono habían deteriorado. El fallo fue, quizá, de quien lo consintió y de quienes le reímos la gracia. Antes que ella hubo muchos otros “bienintencionados vecinos” que no saltaron a la fama, porque eran otros tiempos y el poder mediático casi inexistente. Ahí está el angelote de corte vintage de una parroquia de Reinosa que nos han presentado este verano, aunque fue realizado, posiblemente, durante la guerra civil. No ha sido el único caso ni será el último. ¿El más reciente? Las tallas del siglo XV de Rañadoiro, convertidas en una suerte de coloristas muñecas de feria por una vecina aficionada a las bellas artes. Pasión que debía compartir con la autora del desaguisado en el San Jorge de Estela, que tras su incalificable actuación, con buen criterio, con humor y en tono crítico, desde la Asociación de Conservadores y Restauradores de España (ACRE) comparaban con un playmobil.

Al fin y al cabo, hay que entender la doble naturaleza de estas piezas: evidentemente son Patrimonio Cultural, pero también objetos de culto y devoción de pequeñas comunidades rurales, en las que tener la iglesia “arreglada” es parte importante de su día a día. Sin embargo, hay una diferencia entre el angelote de Reinosa, el eccehomo borjiano y todo lo que ha llegado después y se repite cada año. A Cecilia y a la mano que ejecutó el angelote se les presuponía la buena voluntad, sustentada en el desconocimiento; al resto, permítenos dudarlo. Convendrás en que más bien parece que la fama que alcanzó la aragonesa, ha encendido la bombilla a más de uno que ha visto en los “atentados contra el patrimonio” un filón para alcanzar notoriedad. Y, oye, hasta aquí. Tonterías las justas. Basta ya de reír las gracias. Si ves a alguien voluntarioso, pero sin los conocimientos necesarios, armado con un bote de pintura y brocha gorda acercarse a una talla o aproximándose con un espray a una piedra milenaria, no te cortes, por favor, detenle. Explícale con paciencia, desde la convicción, contando hasta diez o hasta 100 al revés si es necesario, que con la buena voluntad no basta, que su actuación no es restauración, que su intervención resta trabajo a profesionales que se han formado durante años, que su “destrozo” nos cuesta y nos duele a todos, no solo en el bolsillo, sino también en el alma.

S.O.S Patrimonio, en clave de educación

Vamos un paso más allá. Con independencia del objetivo de nuestros intrépidos restauradores aficionados, hay en todos estos casos otra circunstancia que debería preocuparnos más. ¿Por qué llegamos a esta situación? Posiblemente, la respuesta no sea grata para nadie. El Patrimonio Cultural de las zonas rurales está en riesgo. Solo dos escenarios logran que los ojos de sus dueños, tonsurados o no, y los oídos de la administración y de quienes lo disfrutamos a diario, presten atención: que se conviertan en noticia, o que comiencen a generar economía. Entonces sí, todo es mesar de cabellos, arañar de rostros y rasgar de vestiduras o vítores, salvas y aleluyas. Pero, entre tanto, no tenemos muy claro por qué destacadas piezas góticas como el San Jorge navarro están en un estado de conservación precario y qué debemos o podemos hacer para evitarlo.

Este es un país de Patrimonio Cultural. Tanto es así, que diseminado a lo largo de un vasto territorio hay cientos de miles de ejemplos escondidos en lugares maravillosos. Aunque no conocemos la receta del éxito, lo que nuestra experiencia nos dice es que la clave está en la educación y en la colaboración. No es posible una óptima conservación del Patrimonio Cultural sin contar con el apoyo y la implicación emocional de aquellos que llevan siglos conviviendo con él día a día, en sus ocasiones más importantes. Pero esta colaboración no puede dejarse al designio del libre albedrío, tiene que tener una base clarísima en la formación y en la sensibilización. Ejemplos como el del Plan Románico Norte o los “custodios del patrimonio”, las personas que se ocupan y se preocupan desde hace años por mantener en orden de revista los templos románicos de comarcas como la Montaña Palentina, dejan patente, que la implicación social, es posible.

Quizá, ha llegado la hora de tomarse en serio el reclutamiento, de formar y educar a las personas en el respeto al patrimonio más cercano, para que sean capaces de avisar en caso de riesgo; para que entiendan que, al igual que la buena voluntad de Juana no será suficiente si el parto de Ana se complica, porque pondrá en riesgo la vida de la parturienta y la del bebé, tampoco basta la buena intención cuando de intervenir en el patrimonio se trata, en este caso, lo que está en riesgo no es una vida, pero sí nuestra historia, nuestra memoria colectiva.

Un artículo de Carmen Molinos y Alejandro Martín López
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